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domingo, 14 de noviembre de 2010

¿Zp en mallas? No, Berlanga para siempre


    
     Iba, lector, a dejar aquí, en este rincón solo tuyo y mío, reflejo de la apolínea visión de zp en mallas, correteante por Seúl, verdadero cervatillo ahora lost in traslation tras el bosque en llamas que dejaron los perjúmenes de Trini, como maniatado de remos el pobre en medio de la conflagración, un poco también con algo de pato mareado en el desenlace del Lago de los Cisnes batasunos, como si quisiera él como sea recabar las miradas del personal, que entre Mr Equis y Txusito, esos soberbios cogotes,  tenemos olvidada su presidencial apostura. Pero no.
    
     Ha fallecido Luis García Berlanga y algo le pide a uno, no por rutina, desde luego, ni por afición a la necrofilia cultural, sino como natural expresión de pena y de gratitud a un tiempo, rendir tributo, aunque sea en esta miserable covachuela que apenas a algún sitio llega y con los medios de que sea uno capaz, a uno de los creadores más excepcionales y singulares del panorama artístico español. Era Berlanga sobre todo un genuino ESPÍRITU LIBRE, en la plenitud del elevado sentido que estos vocablos contienen, y que muy pocos más que él, si es que los hay, merecen.
    
     Admiraba uno en él su casta insobornable, sin sacar nunca pecho por ello, rebajada siempre por un humor caústico inclemente, atento sólo a su obra y a su arte, y no a  posar calculadamente para la Historia de hombre bueno y “enrrollao”. No comulgaba en la cofradía fetén de la Ceja, mancomunado sindicato del Autobombo que mandarinea con mano de hierro la industria de la “Cultura” desde hace treinta años, y acaso por lo mismo, como le ocurrió a José Luis López Vázquez, no ha recibido el reconocimiento social que una nación en verdad culta debería prestar a los mejores de sus creadores.
    
     Ojalá por mucho tiempo sobreviva su extensa obra, deslumbrante de inspirado ingenio muy a menudo, magistral casi siempre en el depurado manejo de los dificilísimos códigos expresivos que la comedia exige, esa peculiar mezcla de ritmos y de tonos ante la que tantos “encumbrados” se estrellan y  que dominaba él con oficio de virtuoso, y que le permitía, y sin subrayarlo, so capa de un aparente desenfado, dejarnos entrever un penetrante punto de vista sobre la condición humana, en la que se conjugan, entremezclados con arte, cinismo y ternura, bondad y maldad, amargura e ironía, desengañada corrosión y latente esperanza. Es sencillamente monumental la extraordinaria galería de tipos humanos a los que llenaba de vida con apenas dos mágicas pinceladas en sus mejores películas y se hacen inolvidables las endiabladas situaciones caóticas a los que les enfrentaba y en las que Berlanga entraba y salía con una desenvoltura prodigiosa e ingrata a la vez, porque la misma desarmante fluidez con que ante nuestros ojos la peripecia berlanguiana transcurre –igual que un trozo arrancado a la misma vida, diríamos, aunque siempre, de forma apenas visible, estilizada- enmascara la propia y gigantesca dificultad que conseguir esa fenomenal verosimilitud entraña.
    
     Así, las legendarias cacerías franquistas le sirvieron, a través de su vitriolo único, para hacernos sonreír –y cavilar sobre esa amalgama de ocio y negocio- en las impagables secuencias de “Patrimonio Nacional”, que más tarde, oh, sublime magia berlanguiana, tendrían continuidad real, -la Realidad imitando ahora al Arte-, en las famosas cacerías garzonitas, con ministros, fiscales y superpolicías añadidos, que Berlanga supo asimismo anticipar en la ya decididamente disolvente y escéptica “Todos a la cárcel”.  
    
     Sólo por haber rodado una obra de la envergadura artística de “Plácido” (1961) tendríamos ya razón de sobra para admirar a Berlanga para siempre: brillan ahí en todo lo alto, para mí, las portentosas cualidades berlanguianas: crítica social acerada y humor compasivo a la vez, escarnio de la hipocresía pero también muestrario de humanidad, diálogos afilados y certeros, riqueza de tipos y de situaciones, máximo potencial narrativo y descriptivo a un mismo tiempo, estallido de una creatividad en aluvión genial, apoteosis del ritmo expositivo, superior en pericia, en mi opinión, al tan celebrado de los hermanos Marx, y que luego hemos visto superpremiadas, siendo sólo pálidos reflejos de la obra berlanguiana, en Scorsese (Jó que Noche) o (también con cadáver a cuestas, tipos extravagantes, y curiosa furgoneta, motocarro en Plácido) en Pequeña Miss Sunshine.
    
     Así, sin darse ninguna importancia, deja tras de sí Berlanga una obra inconfundible, colmada de logros artísticos espléndidos, que de haber nacido francés, harían de él sin duda materia de obligado conocimiento para las generaciones venideras, si es que  conservan éstas aún en sus cabezas entonces el aprecio por la excelencia artística .  

    

5 comentarios:

Josito dijo...

Pensé que querías decir que Zapatero en mallas corriendo con Cameron parecía una secuencia sacada de una peli de Berlanga...
Genial entre los geniales.
Saludos.

Anónimo dijo...

El gran Berlanga (q.e.p.d.) seguía la labor periodística de Don Federico Jiménez Losantos.

Maribeluca dijo...

Eso es un genio y no el cutre de Almodóvar..."¡olé su madre y olé su tíaa!"

Anónimo dijo...

¿Le dedicarán un programa especial en "Cowboys de Medianoche"?

roy dijo...

Muy bien Jose.Berlanga era grande....

El otro dia no pude comentar algo sobre "La red social".Me gustó mucho.

A ver si saco tiempo y escribo más....

Saludos.